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La investigación de la industria de la carne vacuna se está enfocando en la idea de que los productores suministren al químico local junto con el carnicero, con una inversión significativa en curso para ‘reciclar’ partes de una canal que tradicionalmente tenían un valor bajo.
Allanando el camino, están los avances en la automatización y la medición objetiva (MO) de canales, que no solo reducen los costos en la planta de procesamiento, sino que también permiten obtener coproductos con un nivel mucho mayor de consistencia.
Desde colágeno de alta calidad para nutracéuticos y despojos para cápsulas de tiroides, hasta caldo de huesos y sebo, hay algunos grandes proyectos de investigación y desarrollo en curso, informó el líder del grupo de ciencia e innovación de Meat & Livestock Australia (MLA), Michael Lee, en el programa anual de seminarios web Updates de su organización.
“Existe una enorme demanda mundial de productos de belleza y bienestar y dentro del cuero y la piel de oveja hay algunos péptidos proteicos sorprendentes, de los que nuestra industria puede obtener colágeno”, dijo.
Destacó que “esto es emocionante, porque no solo se trata de crear una nueva oportunidad completamente fuera de la industria del cuero, es una vía de mercado que hace uso de pieles y caretas afectadas por garrapatas también”.
Además se estaba trabajando en torno a los despojos y órganos de animales como ingrediente en el tratamiento de la glándula tiroides humana. MLA se ha asociado con empresas que fabrican cápsulas para el hígado y la tiroides destinadas al mercado estadounidense, dijo Lee.
“MLA tiene varios proyectos en marcha que buscan cadenas de suministro que van más allá de las carnicerías y los gabinetes de carne de los supermercados”, informó.
Aseguró que “ahora tenemos productos que podemos obtener de manera más predecible, para ver cómo ingresamos a mercados como los nutracéuticos y luego cómo recompensamos al productor por proporcionar estos productos”.
Fuente: Farm Weekly
¿En qué está trabajando INIA sobre el impacto ambiental de la ganadería?
Con el presidente José Bonica trabajamos en el plan estratégico de INIA para los próximos cinco años. Tratamos de definir a dónde apuntar la mira. Para eso nos reunimos con las principales gremiales agropecuarias y con algunos referentes gremiales e instituciones, como Fucrea, por ejemplo.
La idea era ver con ellos cuáles son las prioridades, dónde ven las principales carencias de información, en qué puede ayudar la investigación de INIA a resolver problemas.
Con la variedad de producción que hay en Uruguay, hubo también mucha variedad de definición de demandas, de necesidades. Pero un tema siempre estuvo en todos los rubros que discutimos: necesitamos entender mejor cuál es el impacto ambiental que tiene nuestro sistema de producción, desde las frutas y hortalizas hasta la ganadería y los sistemas agrícola-ganaderos.
¿Existe conciencia sobre esa problemática y hay voluntad de trabajar en una solución?
Sí, hay muchísima conciencia. Creo que hay dos cosas que mueven esa preocupación. Una es que la gente entienda que realmente tenemos que hacer algo para cambiar el impacto sobre el ambiente en general y sobre el clima en particular. Que se entienda que esto no es un invento, es una realidad.
Empezás a pensar en tus hijos, en tus nietos, en que querés dejarles un planeta igual o mejor al que tuvimos. Eso es parte de su preocupación personal, como productor y como ser humano.
Y después, hay otra parte que son los mercados. Hay que demostrar que la manera en que estás produciendo es sostenible, es ambientalmente correcta, y eso es algo que se exige cada vez más.
Está pasando en China, sin ley ni política pública que lo exija. El comportamiento de la sociedad y del consumidor en China hace que hoy compre solo la carne que tiene un código QR, con cierta trazabilidad.
Probablemente eso esté muy afectado a todo lo que pasó con la pandemia, nos volvimos todos más preocupados; y los mercados van a ser cada vez más exigentes en que les demuestres que la manera en que producís alimentos es sostenible.
Se exige inocuidad de los alimentos y sustentabilidad ambiental en su producción.
Por supuesto que los alimentos son inocuos, pero además tenés que demostrar que estás produciendo de manera amigable con el medio ambiente. Y además, es probable que haya nichos de mercado que solo compren productos que certifiquen todo esto.
Me pasa con mis hijas, que no compran ciertas marcas de ropa porque saben que emplean mano de obra infantil. Escuché 1.000 veces a gente joven que dice que no compra algo porque es el resultado de la deforestación de los bosques tropicales, y no quiere ser cómplice de algo que es espantoso para el planeta.
La gente joven, sobre todo, le da cada vez más importancia a estos temas, y esto se puede volver una barrera para seguir entrando a los mercados.
Y en ese contexto, ¿qué fortalezas tiene Uruguay?
Por suerte Uruguay hace muchas cosas bien, que en algún momento pueden ser un valor agregado ambiental, como la manera en que se produce carne.
En el 90% de los casos es realmente espectacular, porque se produce en un ecosistema natural, que se llama campo natural, que permite mantener la biodiversidad cuando está bien manejado.
El productor quiere mantener la biodiversidad, que no es más que permitir que haya muchas especies distintas de pastos y de tréboles, porque esa es la mejor garantía cuando tengas un problema de sequía o un problema climático, siempre va a haber alguna de esas especies que va a aguantar mejor.
Al productor le sirve tener esa biodiversidad, y desde el punto de vista ecológico es una cosa muy buena, estás manteniendo un ecosistema natural, no lo estás destruyendo.
Cuando está bien manejado, las emisiones de metano se pueden contrarrestar con carbono que se está fijando a través de la fotosíntesis de las pasturas y que se mete en el suelo. Entonces, se emite carbono, como metano, pero también se está metiendo carbono al suelo, a través de la fotosíntesis.
¿Y qué oportunidades tiene la ganadería en ese sentido?
En el caso particular de la carne creo que hay oportunidades muy buenas. Pero para poder hacer esto, se precisa información científica bien robusta, que pueda terminar en certificados o en diferenciar la producción uruguaya de otros tipos de producción de carne.
Eso requiere de buena ciencia, porque tenés que ser capaz de demostrarle a cualquiera que vengan a Uruguay a medir lo que estamos certificando.
Un rol de INIA es asegurarse que identificamos cuáles son los indicadores de esa sostenibilidad. Es toda una línea de investigación importantísima y que Uruguay, a través de INIA y Facultad de Agronomía, hace mucho tiempo que la hizo.
Pero ahora tenemos que apuntar más todavía, para que sea científicamente robusta pero también aplicable; que el productor o alguien lo pueda hacer y diferenciar de esa manera la producción en los buenos sistemas.
En Uruguay hay sistemas de producción que están muy bien manejados y otros que no tanto. La cuestión es identificar qué medir, cómo medir, lo que quiere decir eso para el cambio climático, para la calidad del agua y para la biodiversidad.
¿Qué resultados arrojaron los primeros trabajos científicos sobre estos temas?
Una de las cosas que tenemos que atacar es el tema de las emisiones de metano. El rumiante, la vaca o la oveja, tiene una capacidad increíble de tomar una fibra que no es un alimento para el ser humano y, a través del rumen, convertirlo en un alimento que sí es nutritivo para las personas.
Eso lo puede hacer porque tiene microorganismos en el rumen, que son capaces de atacar esa fibra y convertirla en algo más nutritivo.
En ese proceso se genera el metano, un gas que tiene un poder de calentamiento de la atmósfera bastante más grande que el dióxido de carbono; ese es un tema a considerar.
Lo que se ha hecho en INIA es medir esas emisiones. Cómo cambian las emisiones dependiendo de la dieta del animal. Cuanto mejor sea la calidad de la dieta menos fibra tendrá y menos metano por kilo de carne se produce.
La otra cosa que se está haciendo es ver si hay un potencial genético; si por mejoramiento genético del animal se pueden disminuir las emisiones de metano.
INIA tiene experimentos en los cuales mide muy precisamente cuánto come un animal y cuánto de eso se convierte en carne. Cuanto más alta sea esa conversión, menos metano se va a estar produciendo; esos son los animales más eficientes.
Hay una línea de trabajo que consiste en ver si con mejoramiento genético se aumenta la eficiencia.
Hay otra línea de trabajo que propone medir directamente, con unos aparatos, la cantidad de metano que está produciendo un animal.
Allí depende de lo que están comiendo los animales, si es una pastura que tiene mucha gramínea o mucha fibra, o tiene una mezcla con leguminosa.
Lo otro es algo más natural. Cómo manejar el campo natural de manera que lo que coma el animal tenga el mayor valor nutritivo posible y, por lo tanto, la mayor eficiencia de conversión.
Son diferentes líneas de trabajo para mejorar el tema de las emisiones, del impacto ambiental en la producción de carne.
El campo natural permite capturar carbono y mantener la biodiversidad.
Uno tiende a fijarse mucho en el tema carbono y metano, pero lo que no se puede olvidar es que un sistema de producción basado en campo natural está haciendo otras cosas.
No solamente si está bien manejado las emisiones son bajas, sino que además está conservando un ecosistema natural.
En las cuencas donde hay mucho campo natural la calidad del agua es mucho mejor que en otras cuencas con otros usos del suelo. Entonces, además de estar produciendo carne de una manera amigable, se aportan servicios ecosistémicos con esta manera de producir.
Además de producir carne se mantiene un ecosistema natural, una buena calidad de agua, manteniendo esa biodiversidad. No tenemos que focalizarnos sólo en la cantidad de metano, hay también otra cosa que es la huella ambiental.
Uruguay tiene muchos casos de buen manejo y de buena producción de carne en campo natural, que es ambientalmente muy buena.
¿Y qué papel juega la forestación?
Es un buen ejemplo la manera como se hace forestación en Uruguay. Con la Ley Forestal se seleccionaron suelos, que por supuesto no son agrícolas, pero que desde el punto de vista de producción de pasturas son los que tienen más baja productividad.
Entonces, destinar esos suelos con menor capacidad de producción de pasturas a la forestación es una idea bien razonable. Al país le significa una entrada importantísima de dinero, pero además esos suelos, que son bastante pobres para otros usos, los vuelve muy productivos.
Y adicionalmente, mientras están creciendo todos esos árboles, se está fijando carbono en la atmósfera y transformándolo en madera, hojas y raíces; está limpiando la atmósfera de dióxido de carbono.
En Uruguay es mucha la cantidad de carbono que se está fijando, que se está secuestrando en los montes de forestación.
¿La hipótesis sería que Uruguay es neutro en la emisión de carbono?
Hay varias cosas. Todos los países tienen que hacer un inventario de gases de efecto invernadero. Uruguay es de los países que más inventarios ha hecho desde los años 90. Para hacer esos balances hay que tomar a todo el Uruguay y hay que hacer una cantidad de cálculos bastantes groseros, porque no se puede hacer predio por predio.
La comunidad científica desarrolla coeficientes que te dicen si acá tenés tanta cantidad de rumiantes y tanta cantidad de campo natural, se espera que las emisiones sean tantas. Usando esta metodología, Uruguay tiene un balance neto positivo, por lo tanto, emite más de lo que secuestra.
Pero hay que afinar un poco los datos, porque hay que ver la variabilidad de los valores de esto que se hace a nivel de todo el país. No es lo mismo la emisión de un campo bien manejado que de un campo mal manejado.
El metano es el gran contribuyente para que Uruguay aparezca como emisor neto, porque tiene casi 30 veces más poder de calentar la atmósfera que el dióxido de carbono.
Pero hay que tener en cuenta que cuando se emite un kilo de dióxido de carbono a la atmósfera, ese kilo se va a quedar por 1.000 años, acumulándose con los que se sumaron desde hace 1.000 años. En cambio, el metano se queda entre 10 y 15 años.
Entonces, como hay tanta diferencia en la vida útil del metano con respecto al dióxido de carbono, la comunidad científica está proponiendo desde hace años otra manera de medir.
El potencial de calentamiento del metano efectivamente es 30 veces superior, pero si se considera su corta vida útil, ese potencial de calentamiento se vuelve mucho menor. A tal punto, que si se utiliza ese índice de calentamiento del metano que considera la vida útil, el inventario de gases de efecto invernadero de Uruguay se vuelve negativo.
O sea que, en ese caso, es más lo que secuestra Uruguay por el uso del suelo y la forestación que todo lo que se emite por los demás procesos.
Por lo tanto, dependiendo de la unidad que se utilice para comunicar el inventario, Uruguay puede dar positivo o negativo. Esta otra unidad se está discutiendo ahora en la comunidad científica.
¿Esa metodología fue propuesta por Uruguay?
No, es propuesta por la comunidad científica internacional. Está en discusión porque las dos cosas son válidas, no es que una esté mal.
La unidad de potencial de calentamiento del metano que se venía usando hasta ahora no consideraba el tiempo de vida útil que tiene ese metano. Entonces, lo que está proponiendo ahora la comunidad científica es considerarlo, porque es totalmente diferente. Lo que se está haciendo ahora es publicar los dos inventarios.
Hay quienes discuten la teoría del calentamiento global ¿Existen posibilidades de que no sea real?
No. Ese argumento no lo puede defender alguien que tenga una mínima formación científica. Es imposible defenderlo. No hay dudas.
La comunidad científica internacional está organizada en el IPCC (Panel Intergubernamental de Cambio Climático, por su sigla en inglés), que hace informes cada cinco años sobre el estado del conocimiento científico en relación al cambio climático.
El último informe, que va a salir a fines de este año o principios del año que viene, asevera que es inequívoco que el clima está cambiando por acción del hombre. Ya no hay dudas.
Es verdad que el clima siempre cambió, si uno mira los millones de años de historia hubo variaciones muy grandes, pero nunca pasó, como en los últimos 100 años, que el clima haya cambiado tanto. No tiene sentido discutir si existe o no cambio climático, porque esa es una discusión que ya está superada.
La otra discusión que se da es cuánto de esto se debe a la acción del hombre y cuánto no. Es bastante infértil. Lo que no hay dudas es que la acción del hombre impacta, entonces, lo que debemos hacer es todo lo posible por reducirla, no importa en qué porcentaje.
Todo lo que podamos hacer para mejorar será beneficioso para toda la humanidad.
Lo que hay que hacer es eliminar los combustibles fósiles. El día que se descarbonicen las economías del mundo vamos a avanzar muchísimo.
No hay que distraer la atención. Me preocupa que se discute mucho sobre el impacto de los rumiantes, sobre el impacto de la basura, que son importantes, pero no podemos distraer la atención de un factor fundamental: hace 300 años que estamos metiendo carbono que estuvo durante millones enterrados bajo la tierra, como el petróleo o el gas, y lo estamos inyectando a la atmósfera del planeta.
Después tenemos que enfocarnos en las otras cosas, los rumiantes, la basura, los procesos industriales, pero no podemos distraer la atención del problema principal.
¿Qué indican los últimos datos sobre La Niña para el próximo trimestre?
Este jueves se reunió el grupo de científicos que se dedica a esto en el IRI (Instituto Internacional de Investigación para el Clima y la Sociedad, de la Universidad de Columbia) y el pronóstico no cambió mucho respecto al mes anterior.
Al IRI se le envían los mejores modelos climáticos que hay en el mundo, este los procesa y genera pronósticos para los próximos tres meses.
Hay una zona del océano Pacífico, que va desde Perú hacia Australia, que hay años que está más fría de lo normal (Niña) y otros que está más caliente de lo normal (Niño).
Cuando es Niña, en Uruguay aumentan las chances de que en primavera y verano llueva menos. Los pronósticos para noviembre, diciembre y enero muestran que el escenario más probable es que llueva menos de lo normal.
Eso es completamente distinto a decir que se viene una sequía va a llover menos de lo normal. Está diciendo que el escenario más probable es que llueva menos.
¿Cuesta hacer entender que los pronósticos son probabilidades?
Exactamente. La pandemia nos dejó el concepto de mover perillas. Cuando tenemos un pronóstico que dice que el escenario más probable es que llueva menos, tenemos que ver qué perillas mover para minimizar los problemas por la falta de lluvias. Esto no quiere decir que no se plante nada para el verano o que se tenga que vender todo el ganado porque se viene una seca. Eso es un disparate.
Tenemos que hacer lo que se hizo tan bien con la pandemia en Uruguay. En el agro, con los pronósticos, hay que hacer lo mismo.
Normalmente el productor agropecuario ya tiene un sistema bastante rígido, rotaciones programadas, su sistema de ventas de ganado, uno no puede apagar la llave ante un pronóstico.